¡Si es que la poesía no da más que poemas!
Lo leo rellenando un corazón de piedra
junto al cartel de no más carteles.
-No afeéis mis calles, se defiende-
Cuando las calles al compartirlas,
son como cementerios sin tutela.
¿Alguien ha de aprobar tu esquela?
Leo el corazón por dentro
volviendo de aquel sitio donde no tienen avena
en copos finos
para los sin ganas de afinar los gruesos.
Frente a aquella panadería tan integral, tan primigenia
que no pudo sobrevivir en este mundo.
El de mañanas envueltas en plástico
como magdalenas higiénicas que no saben de besos ni de abrazos.
Pobre islandesa.
Pobres nuestros cerebros de presa.
De prisa que resuelve no disfrutar ninguno de sus segundos.
De prosa con márgenes en la lengua y cadenas en los sueños.
A mí, me sobraron barreras aprendidas
y me faltaron abismos personales.
Así que hace poco me lancé para derrumbarme.
Todavía...
acaricio las magulladuras de los eslabones
que aún tardaran en borrarse en mi piel,
y bastante más los golpes de la caída aún en mi memoria.
Y aunque aquella laguna profunda
- donde pensé más de una vez
más de ciento, en los minutos que luego fueron horas
y aún siguen siendo un día y siempre el siguiente
que morir ahogada era infinitamente mejor que vivir ahogándose -,
pudiera parecer indeseable,
resultó
a fuerza de hablar sinceramente sólo conmigo,
de enseñarme insistentemente el barro entre mis uñas,
y llamarle barro,
leerme el vicio compulsivo de mi corazón,
y llamarle, sí, adicción,
de recordar la aflicción de mi niñez,
y afrontar la pena
...
una felicidad genuina difícil de atinar desde lejos.
Saberme y aún así, o mejor dicho, por fin,
inevitablemente,
amar a la persona que soy, toda ella.
Llego a casa,
y después de muchos años
amo todo el tiempo que necesito
para afinar la avena,
para saborear las lecciones de mi vida,
y también las que muchas otras me enseñen,
para zambullirme en la dicha de entender
y en la serenidad de aceptar que no acabaré de hacerlo nunca.
Entonces, mirando este bullicio interior desde el externo silencio
sonrío a mis años, a mis niñas y mujeres.
Cocinamos historias que contamos en nuestro círculo,
mientras visualizamos lo que ha de venir
porque así lo deseamos,
dentro de nuestro corazón de piedra.
Donde los poemas nos dan problemas
que sólo la intuición, amasada sin prisas, resuelve con tiento.
KPV / Desembre 2016
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