dimarts, 28 de maig del 2013

Después de la introexplosión

Debajo de toda aquella debacle estabas tú,
manteniendo el cuero unido al alma por un interés equivocado.
Solías despreciar el uso de ese instinto,
el que nos lleva a todos a vivir hasta la muerte.
Protegernos, protegernos, para poder morir bien viejos
bien rotos.
Lo bueno que sería morir hermosos, decías,
haber vivido siempre fuertes...

Solías valorar más... el portento de la vida,
exprimir la grandeza de sentirte, de tenerte en este mundo,
que la imperiosa necesidad de soslayar la muerte.

Solías ser el más rápido de los niños dibujantes de días
el más sonriente de los condenados a despertar cada mañana
el más valiente, de los que se sentaban sobre la tierra infectada de vida
el más fuerte dando abrazos de entusiasmo por tener suerte,
la simple suerte de tener brazos, ojos, piernas para dar saltos
y agarrar trozos de oxígeno con las manos, los dientes.

Todavía se me salta el espíritu cuando lo pienso,
cuando tu sonrisa, enormemente dibujada entre tus labios,
nos volvía locos a todos
de un placer extraordinario
de tus cabellos alborotados, los primeros a sumarse
en la lucha juguetona contra el viento...

Tus cuentos horadaban la oscuridad en la noche
con tu voz grave y envolvente,
tu ritmo salvaje. 
Y de aquel universo encontrado,
llegaban seres,
fantásticos seres increíbles que aún hoy recuerdo,
que recupero en las vigilias negras
para sosegarme.


Después vino ella y todo fue distinto.
No distinto como cuando los días ya no nos parecen nuestros.
Eso es el distinto de los años, el desaroma a viejo.
Si no el distinto, de haber muerto por dentro
y en tal silencio, que nadie,
apenas,
notó tu ausencia.
Que tú quieres acercarte y decir, mírame: he muerto, que pena, he muerto
para obtener besos de cariño, asentimientos de cabeza de alguien que antes ya lo ha visto,
lo ha padecido y entiende tu tristeza...
Pero los muertos por dentro...
los que han introestallado en almas cristalinas pequeñitas,
persisten en este mundo
danzando los pasadizos, las grises aceras...

Tus lágrimas se volvieron azules.
Eso fue lo que al final, levantó mis sospechas.
Que tus lágrimas ahora azules ya no cantaban
sobre mis manos
mientras acariciaba tu rostro...

Así que salí a buscarte ahí dentro.
Y aquí estoy.

He traído toda la alegría que me fuiste regalando.
Podemos comérnosla a medias, mientras me cuentas...
Prometo escucharte. Pero me permitirás que borre a carcajadas
todas las palabras tristes, que te han crecido mucho...

Algunas de tus historias han querido venirse conmigo,
para ver si entre todas podemos encontrar los trocitos de tu alma.
Suelen asomar las orejas cuando cantas suavemente.
Y si te aprietas mucho bajo mi abrazo, cuando te quedes dormido,
el ritmo atolondrado de mi canto devolverá a tus lágrimas,
su sueño transparente.


KPV Maig/2013