Pero no es mío,
ese silencio era suyo
y yo, yo no lo quería.
Llegó un día con sus maletas,
todo empaquetado para quedarse.
Dijo que él lo había enviado,
que era lo único que le recordaba a mí,
que tampoco lo quería.
Y aunque apreté muy fuertemente los ojos
para no saber, para no verlo
ese silencio,
- el enviado para guiarnos al cementerio del olvido -
se oía
se palpaba la angustia grisácea que llevaba encima.
Y su misión no era rendirse.
Había sido enviado para invadir.
Y se coló hacia dentro,
mientras dormía, por mi boca abierta.
Aunque no me cabía y por eso,
por que sus gorduras rebosan mi vientre,
ahora soy gritos de silencio,
saliendo a borbotes de mis desgarros,
de las brechas que su eco
erosiona en mis paredes...
Ése mismo que habló a mi corazón,
a mis sueños,
se atrevió hasta con mi alma,
el muy maldito.
Les contó.
Se aventuró a explicarlo todo.
A derramar calamidades verdaderas sobre mis adentros.
Les dijo aquello que yo les escondía,
que nos habíamos convertido en fruta mordida y desechada,
y los vi a todos, reventando su cara de pura sorpresa
de desesperación y de llanto.
Ahora pierden las horas todos ahí sentados
bien juntos y callados.
Soy soberana del silencio.
Aquel que nunca quise
de aquel que nunca quiso amarme.
Y su misión no era hacerme feliz.
Había sido enviado para mantenernos en la ausencia.
Sus lamentos, desbordando las fauces de mi tristeza.
KPV Juny/2013
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