Para mi queridísima amiga Marga, una de mis más preciadas fuentes de amor.
Pradayava llevaba muchos años
viajando cuando llegó a una llanura llena de arbustos en flor. Las
inflorescencias de múltiples pétalos tubulados y de colores llamativos y
hermosos eran innumerables. La belleza de aquel espectáculo de delicadas
estructuras poseía una energía que hizo temblar a Pradayava y sin darse cuenta
su brazo se adelantó para hacer suya aunque sólo fuera una de esas flores... pero
antes de tocarla se percató de la presencia de un anciano al borde del camino
que lo saludaba.
Se acercó. Ofrecía flores a cambio de una canción.
Pradayava estaba pletórico. Él había inventado los cantos, su voz era perfecta
y producía en los demás bhannira un placer inigualable cuando cantaba. El
anciano, extasiado y agradecido, le regalaría el campo entero de flores, pensaba convencido.
Cantó, su voz se extendió por el paisaje, inundó de éxtasis el cielo y el agua,
la vibración rellenó los huecos de lo invisible, y al instante, todas las
flores se marchitaron y se tornaron grises y macilentas. Pradayava se asustó y
miró al anciano. Pero allí sólo quedaba una sola flor blanca...
Pradayava la tomó con cuidado entre sus manos y
huyó. Lloraba y lloraba la culpa de haber destruido con su canto aquel lugar
tan hermoso. Corrió y corrió mientras aceptaba esa verdad tan
incómoda: la existencia de la destrucción en su propia belleza, el mal que
completaba necesariamente su perfección. Siguió corriendo y después voló
durante mucho tiempo, hasta que dejó atrás aquel mundo y otros. Y cuando
sus ojos se secaron apenas, se encontró en un lugar desconocido y desértico, en
un mundo yermo. Pero la flor necesitaba volver a la tierra. Así que hizo un
hueco con sus manos e introdujo su tallo. Se sentó frente a ella y esperó,
hablándole, contándole todo lo que sabía de la vida, de otros lugares. Habló
durante años, pues Pradayava había vivido mucho y sus historias contenían otras
historias llenas de hendiduras que al abrirlas contenían nuevas historias…
Pero un día calló, pues los pétalos empezaron a
secarse poco a poco.
El primer pétalo se separó de la flor. Pesaba tan
poco que ascendió sobre la tierra y así nació el viento, y de él la voz, los
pájaros, las pompas de jabón, las semillas y las ideas originales.
El segundo pétalo le siguió al poco. Pero como el
viento ya existía empezó a dar vueltas sin poder parar y así nacieron los
ciclos de la vida, las ruedas de las bicis, las órbitas y los rizos, los amigos
que regresan y los giróvagos, los gatos y las tostadas con mantequilla. Y por
supuesto, la risa contagiosa que no puede parar...
Del tercer pétalo nacieron las
montañas y por fin el tacto y las caricias. También las creencias que nos
cuesta tanto cambiar, las varas de medir y el placer de los desayunos de buena mañana.
Y se cree que también de este tercer pétalo son las sombras, los atardeceres y
la compañía.
Hubo dos pétalos que estaban tan pegados, que al
secarse cayeron juntos. Y así nació todo lo que no se explica sin el otro, los
opuestos y los complementarios. Así nació la soledad, el boxeo, los
bocadillos, el ajedrez y la añoranza. Los tándem, las almas gemelas y la
simetría, el yin y el yang, los bits y el allioli.
De un pétalo muy pequeño nació el tiempo en
ese mundo. Y también como es normal, las arrugas, las obsesiones, el
entrecejo y los agujeros negros. Y con el tiempo, se crearon los árboles, los nudos y
la siesta, las existencias pequeñas pero completas, las cosas que cambian, las
historias del pasado y las fantasías del futuro.
Y así fueron cayendo todos los pétalos, y así
fueron naciendo todas las cosas. Las que conocéis y muchas de las que no
sabéis nada, ni debéis...
Hasta que sólo quedó un pétalo.
Y con él nació todo lo que le era afín: el renacimiento de sus flores hermanas y el perdón, la primera página de una libreta nueva y el vuelo silencioso de las mariposas, el hilo rojo pero también las despedidas y su dolor, los abrazos, los gritos de dos niñas jugando con las olas y el camino de la luz de la luna sobre el mar.. que fue creado, junto a los cantos de las ballenas, los aullidos de las lobas y el valor, cuando el último pétalo lleno de lágrimas de Pradayava se desprendió de la flor más bonita que él, en sus miles de años y viajes, jamás pudo contemplar.
KPV Setembre/2016
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