Soy yo.
Y sigo siendo yo cuando reinvento en mí
esta furia que parece suspenderme
entre la euforia y el desaliento.
Entre agarrarme a esa soga que se me brinda
si corro rápida y no me espera
y seguir arrastrándome cada día sobre la ciénaga conocida,
cada vez más reseca.
Furia que nace de mí
y encuentro tan extraña.
Me habla como si no me perteneciera.
Como si yo fuera la forastera que no comprende.
Ni siquiera puedo mirarla a la cara,
no soy capaz de atinar dónde se encuentra.
Reverbera en el trazo de mi piel
cuando amanece sobre mis piernas,
cabrillea sobre mi pecho
convirtiendo las ondas de mi silencio en ahogo.
Pero finalmente, la agonía sabe, también a dicha.
A despertar y escuchar esa inquietud antigua
que ahora contiene palabras que poco a poco entiendo
y me dicen que sigo siendo demasiado niña,
y sigo haciendo demasiado caso a lo que me dijeron
allá lejos
aquellos a los que creí
y no sabían
más que lo que aprendieron a golpes en el alma.
No más dejar tocar mi alma,
por aquellos que la han perdido,
e insisten en decirme cómo vivir mi vida.
Les regalo, un tiempo que sea fresco y ligero para que recuerden.
Yo abrazo el mío y lo utilizo:
Busco mis huesos.
Escondidos bajo el fango endurecido
por el ajetreo de mis pies sordos.
Pienso mi cántico junto a la hoguera y me canto.
Del arrullo al grito, sin extremos, afianzada sólo sobre el vuelo de mis pies,
ahora desnudos y conectados a la tierra.
Busco mis huesos.
Para recomponer a la loba
que ha de recorrer todo el desierto
bajo la luz.
Me lanzo deprisa, el aire contra mi pelaje reconstruido me llena de risas.
Sin dejar de ver.
Apartando lo que hay que apartar.
Con la falta de amabilidad que nunca debí
con la furia que ahora se introduce,
engrasa mi instinto,
y embadurna mis acciones con certezas ancestrales.
Enfrentando lo que es.
Soy yo. La loba, la furia, el cántico.
En el desierto.
Mirando la luz.
Aúllan de júbilo mis huesos.
KPV Juliol/2016
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