Parecía amor y sigue sin serlo.
Pues duele. Duele más que si lo fuera.
Duele y sigue insistiendo: en quedarse y llamarse amor, sin merecerlo.
Y por no serlo, por no tener un nombre propio, digno de ser nombrado,
es tan difícil despegárselo de dentro.
Podría llamarlo bruma, porque de nada era su sustento.
Porque apenas la luz la traspasaba, arremolinaba capas y se escondía.
Porque así podía ser un gigante capaz, el disfraz del chico lamento.
Porque así podía no presentarse, la normal humana persona que había.
Así, disimulada, soslaya la bruma el posible rechazo y su tormento.
De autenticidad no sabe la bruma. No sabe, es sólo una fantasía.
Pero a los que nos gusta más soñar,
a los que nos cuesta despertar y soportar el dolor de la vida,
la bruma nos engaña sin reparo.
Y luego ves a reclamar: "Lo siento niña,
ya sabes cómo somos, los que somos... así de raros"
Pero no, yo no lo sabía.
"Deberías... nadie te pidió que fueras buena conmigo"
Como si la existencia de bondad fuera una excusa para la maldad,
o su consentimiento.
¿Acaso debe comenzarse el amor
con sospechas, recelos y corazas?
Esa excusa nos dan, quien con su ligereza, nos dañan.
"Si te dejas engañar, es tu culpa" - dice la bruma -, "no mi saña"
"¿Acaso no eres capaz de intuir, que yo no valgo nada?
Que yo me escondo aquí, porque nada creo ser
y tú me amas así, porque es más fácil amar a una ilusión
y perfecta imaginarla
que amarme a mí!".
Que parezca tener razón el chico bruma, no lo libra de su carga.
Pero ¿De qué sirve que te escondas ahí
para engañar y sentirte amado en tu mentira,
si al final eso te va a frustrar
y me vas a hacer pagar ese dolor, con tu ira?
Yo no puedo saber si amarte a ti hubiera sido peor
si nunca le has mostrado la piel de tu alma
al sol.
"¿Y caer en el maltrato de otra bruma? ¡Ni loco!"
Ah vaya... lo confiesas.
Que son ofensas tus empresas.
Mostrarse tal cual eres, merece para ti, respeto, poco.
Y tú hablabas de ser certezas.
Ahora comprendo:
todo lo que dijiste que no soportarías,
era una descripción de lo que eras.
No era buen momento para amar.
A nadie.
A ti, aún menos.
Y no te equivocabas al pensar que mi amor
tenía tanta sed de dar, como necesidad de consuelo.
Pero no es posible amar, de verdad,
sin quererse a uno primero.
Así que parecía amor y sin duda nunca lo fue.
Y quizás de haberlo sabido
aún así habría caído.
Tan mal aprendida la lección que tomé.
Tan mal adiestrado el instinto.
Que si no llega a ser por su dni distinto,
decir que había visto al mismo bicho, con otro pie.
KPV Setembre/2017
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