dijous, 29 de març del 2018

Si no era amor, tampoco es odio

Si tan a menudo el amor, no es más que una excesiva idealización del otro.
No puede por tanto el odio, regirse por parecidos parámetros de fantasía.

Acaso no recordáis la congoja, justo sobre el estómago,
cuando aquel al que amáis, en contra incluso de los gritos de vuestro instinto,
se comporta o dice algo, que vuestra integridad, silenciada a la fuerza, no tolera.
¡Cuántas veces después os pesará vuestro silencio y pasividad!

No podría ser que ante el ser odiado que tiende una mano,
- del que surge un gesto amigable,
con el que nos descubrimos compartiendo propósitos, ideales
sobre las cosas que, verdaderamente importan -,
sintiéramos entonces la misma incomodidad.
No nos dice de nuevo entonces el instinto
que nos equivocamos con nuestros sentimientos.

De la misma manera que entonces sabíamos
que debíamos apartarnos y dejar de traicionarnos.
Ahora nos resistimos a sonreír,
a perdonar y abrazar.
Levantamos excusas,
menospreciamos el episodio
cerramos los ojos y el corazón, para mantener la ficción.

¿Qué tememos perder?
Acaso dejaremos de ser nosotros si destripamos nuestras creencias.
¿Acaso es lo único que somos?

No será que demasiado a menudo
vivimos una realidad que nos obstinamos en hacer persistente
aún en contra de nuestra plenitud.

Por qué será más fácil dejarse arrastrar por la indolencia
cuya inercia nos lleva a tantos de nosotros
a creer amar a quien no queremos - y ni siquiera nos quiere -
a insistir en odiar a quien ni siquiera conocemos, individualmente,
a ignorar continuamente las oportunidades
que el universo,
    del que no somos observadores ajenos,
    sino brotes,
    del que no somos asistentes irresponsables,
    sino actores,
nos ofrece para sumirnos en la totalidad.
¿Qué nos ofrece tal visión raquítica de la vida
que pueda ser preferible a sentirse liberado?
Vacío, y al mismo tiempo, completo.


KPV Març/2018