diumenge, 3 de maig del 2015

Construía sillas

Construía sillas.
Las moldeaba con el suave ahínco de las manos automáticas.
Retorciendo las ramas adormecidas en el sotobosque.
Algunas gritaban. Me chillaban que las devolviera.
A su lugar, al palpito acompasado de sus existencias entrelazadas
a la tierra, los líquenes, las diminutas patas que las recorrían,
que las amaban.
Había sido cruel en mi indiscreta elección.
Hasta que entendí.
Hasta que pregunté antes de tomar.
Hasta que supe escuchar y ver en las voluntades de cada expresión del tiempo,
la misma importancia.

Construía sillas, y quedaban en el exterior mirando hacía la espesura.
Algunas me dejaban sentar. Las de madera recogida en el margen de lo oscuro.
Con menor tolerancia a lo desconocido y entonces, una imaginación más vívida.
Les gustaba explicarme viejas historias llenas de gruñidos y huellas en el follaje.
De sendas que florecen y se ocultan, y que llenan el espacio de un vacío irrespirable.
Agradecían el calor de mi cuerpo y mi canturreo tan poco sobrenatural mientras trabajaba.

Algunas mañanas al salir de la cabaña, las sillas habían huido.
Podía reseguir la senda errática de su dispersión
como cárcavas llenas de los lamentos indispensables para parir los temores,
que así como se alejaban, se mudaban en brincos de júbilo:
puntadas en la tierra de una costura para agrandar sus mapas.
Más adelante, vislumbré alguna a lo lejos,
con un crepitar de gruñidos y juegos sobre el boscaje,
ganándose una leyenda de espíritu tenebroso...


Convencidos de que eran sustraídas por las noches,
en el pueblo me aconsejaban que encerrara las sillas.
Les molestaba mi falta de afán posesivo...  inquietos quizás por sus pertenencias.
Entre sonrisas, yo me imaginaba a las cacerolas, a los granos de sal bajo vigilancia,
a las gotas de lluvia y a las abejas con una soga al cuello,
el agua entre rejas y el polvo sobre mis libros encadenado,
a mis palabras y a las arañas del techo con la imaginación inmovilizada,
al olor del tomillo y el jazmín maniatados espalda contra espalda.
Y en una noche de luna sobre el claro,
mientras custodiara diligentemente todo eso que había obligado a ser mío,
con las sillas subyugadas en forma de aquelarre
observando mi reino de voluntades esclavas,
alguien vendría a sentarse sobre mí sin pedirme permiso.
Desoyendo mis chillidos.


Construía sillas.
Para ganar un nombre nuevo penetrando el excitante misterio de lo ignoto.
No para construir ejércitos que me protegieran de él.

KPV Maig/2015