dimarts, 29 de març del 2016

Pudimos ser maestros

Vino de poeta en poeta
para tocarme el rostro con su duelo,
arrastrando decenas de objetos fulgurantes
de las que no era más dueño
que del aire que temblaba a la mañana entre sus huesos.
Posó sus ojos, vislumbré esperanza,
olí tristeza.
Y ambas desaparecieron al instante bajo las arrebatadoras carcajadas
que entonces empezaron a surgir sin descanso.

Vino a tempestades y lujo
entre serpientes que no mordían pero asustaban,
a horcajadas sobre una loma de artificios,
enredado en los engranajes de un zapato de pellejos,
con las teclas pegadas a los dedos,
el canto echado sobre el hombro derecho,
ladrando terquedades a las simientes del porvenir,
disolviendo su sordera de recelos en nuestras aguas.

Vino como se viene a reír a engaño
entrando con el pecho de aplomo y proyecto
de confianza gritona y roja, de calle engalanada contra el viento
con los temblores pintados de bengalas y girándulas
acomodado en los olvidos del exceso
extasiado en los reflejos virtuosos de la máscara protectora
atrapado en el sensacionalismo carnavalesco
que inundó nuestros días de luz,
y más tarde nuestras noches de insomnio.

Vino, sin saberlo, para salvarse.
Y nosotros, ignorantes del dolor más allá de los callos en nuestra manos, no entendimos.
Creímos un canto novedoso, sus gritos de angustia.
Y bailamos sus tristezas, pisoteamos la hierba sobre sus heridas.
Y mantuvimos el fuego de su desesperación bajo los efectos de una algarabía desenfrenada.
También nos perdimos.
Cabeceamos durante decenios entre el gorjeo y a la ausencia
salpicando las pasturas con la ceniza de nuestros propósitos omitidos.

Pudimos ser maestros, y fuimos pulgas amaestradas,
murciélagos desorientados por el humo de sus defensas.
Creímos que todo lo que quedaba por venir, era mejor que lo que podíamos ofrecer.
Y nos mal vendimos.


Vino de poeta en poeta
para tocarme el rostro con su duelo.
Y dejárselo arrebatar por mi risa limpia.
Arrancárselo con la espontaneidad de los días aplacados.
Y yo... no creí en el poder de curación de mis manos sencillas.

Vino
a dejarme el inmortal aroma de un sueño por vivir
impregnado en las pequeñas inflorescencias violetas de mi alma.


KPV Març/2016


divendres, 18 de març del 2016

El viento

El viento.
El viento inunda mis entresijos,
aligera la falda de mis decisiones
insufla de duende mi trayecto,
para destensar las amarras de mi deseo.

Domina los puentes, envuelve mis líos,
ahuecando las rocas, amuebla mis bosques.
Peinando la noche, acobarda al sendero, para que se ofrezca.
Lustra los troncos, alinea las hojas en cortejo.

Todo listo.

El viento me lo trajo.
El viento interseccionó
mis pasos nostálgicos
con sus canciones de barcos entrando a puerto,
mis espacios en blanco
con los borrones de un espíritu, el suyo, digno de contrafuertes y egos malditos.
Mis ansias
con algunas visiones suyas. ¿O eran mías?

Después y durante, cesó.
Dejó que nos desordenáramos.
Dejó que mezcláramos verdades y besos falsos,
o falsas verdades y verdaderos besos de afecto.
Que ensortijáramos recuerdos olvidados y presagios,
para construir respuestas, adivinar barrancos y alegrías arrinconadas.
Dejó que nos crecieran huellas, que nos saliera huecos,
que se nos cayeran allí algunos atardeceres abrazados contra las nubes enrojecidas.

Dejó la ausencia del viento,
que creyera en sus ojos y amara aquellos silencios intensos
que destruyéramos la soledad de dos niños,
que robáramos un tiempo inmóvil,
que deseáramos no avanzar nunca.
Detenernos y creer que duraría, nos dejó el viento.


Pero el viento siempre vuelve.
Siempre se levanta la mañana última.

El viento devuelve ahora al agua un papel enamorado
diluye sus palabras que ahora ya no significan nada.
Nada valen.
Ni su silencio.
Disuelve el agua una tinta que se esforzó en ser simiente, testigo de un sentimiento
sincero
resuelto.

El viento se lo llevó.
Destrenzó nuestro contacto con la facilidad de los nudos
poco prietos,
con la desenvoltura con la que se hacen las cosas entrenadas,
repetidas tantas veces, que ya no las piensas,
que ya no las sientes.
Desarmó, desvistió, desenredó,
deshizo lo hecho, sin cesar de soplar, sin dejarme saber,
si se hubiera quedado,
de no ser por el viento.

Pero con sólo besos, no se acalla al viento.

Inunda mi ternura,
calma el vibrar de mis sucesos,
me murmura un nuevo rumbo.
Reordenando mis bosques, acalla los suspiros
detiene el repiqueteo de las asustadas flores
y las devuelve al sendero, despeinado,
escondido ahora bajo las hojas y las piedras entrelazadas.
Tensa de nuevo las amarras de mi deseo,
y me restituye el poder de mi mundo,
el viento.

KPV Març/2016