dimarts, 2 de juny del 2015

Ángela

Fui proyectada a esto que tengo que sobrevivir.
Sin resurgimiento.

Aquí la noche juega al póquer con los cerdos
y las suertes se promueven vendiéndose a este mundo
en vales de vida falsa
entintados con pigmentos que huelen a víctima, a tormento.
Que se esparce, la noche de ojos vidriosos,
la noche de camisetas secretoras
y bocas que apestan
de repentinas chulerías de alcohol
de inesperada fanfarronada de deseo escondida en un botecito de amor.
Te lamo amor, y sólo tienes gusto a miembro.
Se esparce, entonces la noche
resbalando y gruñendo
en facetas que sólo son aspectos de una misma muerte
en miríadas especiales de lamentaciones y sufrimiento.

Así que mis plumas pinto de barro
para vivir en esta pocilga parte del suelo.
Porque no voy a volver
porque no hay dónde volver...
sólo porque dejé escapar tu mano.


Pasó deprisa... en mi cabeza retazos de una batalla en sueños.
El Cielo, ese viejo y enorme bastardo
al que no podía rebanar su cuello
y petar sus burbujas
hasta reventarle la sangre y lloverla
vomitarla sobre esa tierra lejana
y sombría
ignorante y desdichada.
Salvaje ambición de los mortales,
el Cielo
se desnudó y empezó a correr en furia,
atravesando sin asco cuerpos, espíritus, fronteras.
Cogerme, cogerme
-gritaba-
no podréis hijos de puta!
Sus carcajadas estallaban en sus caras.
Donde yo veía disparate
ellos veían...
no sé... cada uno de esos seres tiene extraños sueños distintos
y aún diferentes, todos anhelos
generando una energía resolutiva
una tenacidad cercana al ultraje
intercambiable con la crueldad y el pisoteo.


Yo aquella noche, llevaba la máscara del deseo.
Era incendio: vehemencia o desastre.
Resbalando nocturnamente
del revés
descendía sin ruido, con los labios humedecidos, dispuestos.
Y me encontré con aquello.
Maldito chiflado.
Ojalá te pudras y aún así
desplegué en triángulo la envergadura de mi poder divino
la terribilidad de lo prístino
la belleza cáustica de lo que desconocéis como puro
y luché.
Cercené amarras y ambiciones, amputando brazos y orígenes,
lamiendo lenguas para inyectar delirios en sus corazones frágiles,
creyentes,
aspirantes a fervientes voluntarios a esgrimir, un porqué, más allá de sí mismos.
Y aún así, lo capturaron.
Lo apuntalaron a la tierra,
clavándole anzuelos en lo profundo de su garganta curva.
Yo le gritaba, "calla, no grites estúpido, cierra tu boca, ciérrales el paso a su querida muerte!!"
Y estiraba de su piel transparente, trabando sus alaridos con mis muslos,
retorciendo entre mis hombros la sangre elástica de sus heridas,
que se asía y estiraba agónica y esperpénticamente a su cuerpo.

Ciento cincuenta plumas
sólo en el ala izquierda
se me cayeron
al agarrárseme el cielo oscuro.

Al final lo sometieron.

El viento
las paredes de las que colgaba
arrebatadas
tiembla ante el infinito.
Les han dado un cielo a los locos!
-solloza-,
les han dado un cielo.
Y desde entonces ulula en la noche,
buscando recovecos donde sostenerse,
en círculos de éxodo infinito, desesperado
recorre los exteriores de la prisión del cielo.
Golpeando tierra, aporreando vidrio, cemento,
en sollozos besando pliegues, acariciando tumbas,
buscando infatigablemente
la salida del cielo,
la entrada a la tierra.


Sin resurgimiento el barro reseca mis alas
y las aplasta contra mi piel.
Desplazándose hacia la sombra, mi cuerpo
contonea su perfil
exuda tentación, destila pecado
y murmura extravío, desliz, caída.
Milímetros explosivos, mi cuerpo
que se abren como pequeñas devoradoras
excavando vacíos en sus núcleos.
¿Sin resurgimiento?
Ahora sé lo que ellos quieren ver,
lo que debo arrojar
sobre sus caras expectantes, extasiadas
para que me permitan, para que maten
por dejarme chupar, sus almas...
una detrás de otra, 
hasta convertirme 
en el próximo oscuro cielo.

KPV Juny/2015